martes, 14 de abril de 2015

De verde se pinta la esperanza


Un día, una mujer gitana me abordó en la puerta de la Catedral, tendiendo romero con una sonrisa suave y una mirada feroz.

Aun no sé muy bien porqué me detuve a cogerlo. Había hecho incontables veces ese camino con las manos vacías y, sin embargo, cuando las dos cargaban bolsas, me detuve.
Tenía un pico de oro que conocía halagos universales que te hacían sentir única.
Primero tomó mi mano derecha y, mientras recorría las líneas con dedos ágiles que apenas permanecían quietos un segundo, me relató la historia de mi vida. Desde la infancia feliz hasta el duro presente, pasando por todos los puntos que hecho de mí quien era hoy.
"Has perdido a una persona muy importante para ti, has sufrido mucho por amor...", una pausa, ella que había estado observando mi palma todo este tiempo de repente alzó la mirada buscando la mía.
"Ay, cariño, has llorado mucho, ¿verdad?" Yo apenas pude ocultar la sonrisa sarcástica.
Asentí.
Sus ojos azules parecían derretirse por momentos mientras proseguía, sin romper el contacto visual ahora: "te han hecho mucho daño y eso te ha afectado mucho. Estás en un mal momento de tu vida ahora mismo, ¿verdad?" Preguntaba sin esperar afirmación y eso me fascinaba. Su ritmo frenético, la seguridad de su voz, la confianza en sus palabras,... había conseguido atraparme. Sus ojos parecían haberse inundado de algo que casi parecía compasión.
"Pero eres fuerte y te recuperarás de esto también. Eres una persona tímida, soñadora, muy leal, que aprecia a su familia y cuida de sus amigos, aunque también muy solitaria. Dame la otra mano." Ordena, aunque ya me la ha tomado ella.
Comienza otro viaje por las líneas gemelas.
"Tendrás éxito en tu trabajo, te veo casada, con dos hijos,..." Me sonrío a mí misma porque, qué casualidad, siempre he respondido que tener dos estaría bien. "... vas a ser feliz, hija mía."
Vuelvo de donde quiera que se haya perdido mi mente en estos diez segundos intermedios de una bofetada. Voy a ser feliz, me repito sorprendida e incrédula.
La miro, la miro de verdad. Escrutino sus ojos azules salpicados, veo ahora, de motas marrones. La fe que encuentro en ellos me asusta, siento el característico picor del inicio de las lágrimas en los míos sin quererlo.
Me coloca una rama en la mano y cierra mis dedos sobre ella.
Suave, con una delicadeza que contrasta con su rostro duro, toma mi barbilla. Con ojos de cristal recita una bendición al tiempo que dibuja una cruz en mi frente una y otra vez.
"Aunque ahora mismo tus ojos estén tristes y el corazón te pese, vas a ser feliz. Tienes una sonrisa preciosa, hija. Camina bajo la luz del Señor, porque Él te quiere y te cuida."
Y aunque había una parte de mi mente para la cual nunca he tenido mordaza que seguía susurrando malévola y pragmática que no eran más que palabras bien escogidas para encajarle a cualquiera... por una vez creí, quise creer, necesitaba creer.

miércoles, 26 de noviembre de 2014

Día 1

Tengo sueño. Un sueño que no desaparece por mucho que duerma. Los ojos irritados me suplican que no los vuelva a abrir. Hace días que cargo con rocas en el estómago que me quitan el hambre. Mi dolor de cabeza grita que coma. Sin embargo, nada sabe bien. Hay una nausea permanente en mi garganta que no me deja tragar.
Mi cuerpo nunca ha estado tan ligero ni mis hombros tan cargados. Tengo la mochila llena de basura que no encuentro el momento de tirar. Bagaje inútil del que no me quiero deshacer. No hago más que continuar recogiendo preocupaciones. Se me desbordan de los brazos, trepan a mi espalda, se arropan cerca de mi oído, donde pueden susurrar agusto.
Tengo esta incertidumbre de no saber a dónde me estoy dirigiendo, de estar totalmente perdida en esta oscuridad sólo interrumpida por estrellas fugaces que pasan con cada vez menos frecuencia.
El problema en realidad es que a dónde quiero ir. Aún así, hace mucho que he perdido el norte y ya no veo mi objetivo frente a mí. Ahora camino sola y desorientada, perpetuamente cansada y con las ganas de llorar siempre a flor de piel.
No hay cosa que más desee en este momento que tumbarme. Tumbarme y no levantarme nunca más, dejar que la oscuridad lo engulla todo, cerrar mis ojos cansados de buscar.
Pero no debo. Aunque cada milímetro de mi cuerpo aúlle que me rinda, no debo. Aunque esta bolsa me empuje cada vez más hacia el suelo, no debo. Aunque mis pies agarrotados me fallen y tropiecen consigo mismos, no debo.
No debo.

martes, 25 de noviembre de 2014

Un paso adelante

Un paso. Otro. Otro par. Freno en seco. Medio más hacia delante. Me tambaleo. Tres para atrás.
La puerta abierta es un flaco favor. Me tiemblan las rodillas, el pulso, el labio inferior, la respiración. Tiemblo toda yo.
Cojo aire, lo obligo a permanecer dentro mientras cuento hasta diez. Expiro despacio, muy despacio. Levanto la mirada del diseño de las baldosas del pasillo, estiro la espalda, echo los hombros hacia atrás...
Cruzo el umbral. 
El aula está aún medio vacía y eso, por extraño que parezca, me hace sentirme más segura, menos en peligro.
¿Que cuál es el peligro? Ni yo misma lo sé, pero todas las alarmas están disparadas dentro mi cabeza. Me retumba el sonido de una sirena en los oídos, me ciegan las luces que parapadean rojas tras mis ojos.
Escondida tras esa muralla de falsa seguridad que cualquier lobo de cuento podría derrumbar de un suspiro, busco el primer sitio libre junto a la ventana. Es gracioso mi lenguaje no verbal, pienso ahora recordando mis ganas de fundirse con la pared la primera media hora.

lunes, 31 de marzo de 2014

Lazos que se rompen

A veces, las palabras se atascan.
A veces, el pulso tiembla.
A veces, el corazón se quiebra.
En ese instante, solo queda el silencio. Un silencio que retumba. Es una calma que inquieta. Una presión en las sienes. Un dolor sordo detrás de la oreja. Es como caer al mar en enero, te deja aturdido y sin respiración.
En un segundo, el mundo se ha congelado. Los ojos clavados en la punta de los pies. De repente, vértigo. Esa sensación de que algo se hunde con pesadez en el estómago, muy probablemente las mariposas abatidas. Un frío que quema y un calor que hace tiritar.
El cerebro termina de procesar la información. Un escalofrío impacta en la nuca y recorre la espalda con la fuerza de un rayo. Llegan las náuseas, esos bichos muertos son indigestibles.
Entonces, vomitas las palabras, tu mano se alza firme, le arrojas todos los pedazos a la cara y, aunque no lo piensas mucho, esperas que le arranquen el aire como a ti se te clava esa agua helada igual que mil agujas en el pecho.

martes, 25 de marzo de 2014

El frío de mi cuerpo pregunta por ti

El frío me mordisquea los tobillos, se cuela entre las costuras del pantalón, trepa por mi espalda y se acomoda en la nuca. Siempre llega en tardes grises en que las gotas de lluvia aterrizan suavemente en el alféizar, cuando las sombras vespertinas se proyectan estiradas sobre las sábanas y ya puedo mirar hacia fuera sin que la luz incida en mis ojos y me obligue a levantar la cabeza de la almohada. Se desliza con cuidado hacia mi oído para susurrar despacio e inaudible. No tiene prisa. Sabe que no voy a ser capaz de echarlo, y es que no es uno de esos fríos que desaparecen con más mantas. Cierro los ojos. Quiero dormir para no tener que escucharlo.
Comienza a describirme un rostro de pómulos marcados y frente despejada, de ojos grandes que tienen mil formas de mirar, de nariz recta con dos pequeñas marcas rojizas, una a cada lado, de haber tenido las gafas puestas hasta hace poco, de labios que esbozan un mohín serio en los que las comisuras se curvan hacia arriba casi imperceptiblemente en lo que es el principio de una sonrisa escondida.
Frunzo el ceño. Trato de dirigir mis pensamientos al entrenamiento de esta tarde, trato de pensar con claridad.
Mala idea. Me recuerda la melodía que surgía del chocar su codo contra las medallas colgadas en la pared y el siseo de dolor instantáneo por haber vuelto a rasparse el brazo con el gotelé. 
Abro los ojos. Ella está aquí. Sentada en la silla del escritorio frente al viejo ordenador de mesa con un pie en el asiento y el otro colgando, ladeada para no darme la espalda completamente. Posa pensativa un par de dedos sobre sus labios mientras intenta decidir qué canción poner.
Parpadeo. Se cruza de piernas al otro lado de la cama, todo su peso apoyado sobre su brazo derecho. John salta desde la mesa y se acurruca en su regazo. No tarda mucho en escucharse su ronroneo satisfecho cuando ella comienza a acariciarlo. Sus uñas se le clavan en las medias como queriendo evitar que yo lo arranque de ahí y a ella se le dibuja sin querer una media sonrisa tierna.
Me levanto encender la lámpara y ella está mirándose en el espejo de cuerpo entero que hay al lado de la puerta. Se pasa los dedos por sus largos rizos tratando de colocarlos en su sitio aunque ni ella misma tenga del todo claro cuál era. Sus mejillas han adquirido un ligero tono rosado, le brillan los ojos. Sus manos bajan hasta su falda para devolverla a su sitio en sus caderas.
Volteo. Está tumbada de cara a la pared con la cabeza ladeada para leer el artículo de natación enmarcado a pesar de que ya lo ha visto varias decenas de veces y se lo tiene que saber de memoria.
Yo pienso que el frío se está volviendo insoportable, que camina por mis brazos y se extiende hasta la punta de mis dedos. Mordisquea por donde pasa con dientes diminutos como mil agujas. Urga en mi cabeza, pulsa los recuerdos y acierta de lleno con esa sucesión de tardes, dulce monotonía.
De repente, ella está acurrucada contra mi pecho. Y la siento. Siento su respiración golpeándome suave en el cuello. Siento sus caricias en mi espalda dibujar palabras que nunca dejará escapar de donde se agazapan en el paladar. Siento su pelo enredarse en mis dedos, rizos rebeldes que me empeño en tratar de domar. Siento su cuerpo apretado contra mí, siento cada uno de los pliegues de su camisa y la curva de sus caderas cuando me rodea con sus piernas. Siento su estremecimiento y la risa contenida que hace vibrar su pecho al haberle encontrado las cosquillas. Siento sus labios justo debajo de mi oreja, avanzan lentamente por la línea de mi barbilla, deposita un beso en la comisura. Siento su aliento. Estoy sediento de ella y abro la boca, me lo trago. Ella juega conmigo, se aparta. Yo me incorporo, la persigo...
John salta sobre mi barriga sin contemplaciones. Me despierta, pero en ningún momento he estado dormido. El frío se retira espantado por los bufidos de este gato mimado. Ha terminado de anochecer. Se oye una llave abrir una cerradura, pasos cortos pero rápidos que se detienen en el umbral de mi habitación.
-¿Hijo?

miércoles, 22 de enero de 2014

Skinny love


I told you to be patient I told you to be fine
I told you to be balanced I told you to be kind
In the morning I'll be with you
But it will be a different kind
I'll be holding all the tickets
And you'll be owning all the fines

Sonrisas de cristal

Y te mira y lo esquivas y te acorrala y tú te encoges hasta hacerte diminuta.
Quieres evitarlo eternamente, pero la eternidad dura apenas la distancia que tardan en cruzar las palabras desde sus labios hasta tus oídos.
Qué peligrosa es su voz cuando se mezcla con esa mirada tan suya que, sin embargo, sólo te pertenece a ti.
Por un instante la respiración se te atasca. Una alarma salta en algún rincón de tu mente y tú, pequeña idiota, decides ignorarla una vez más. Como siempre que se trata de él y de su risa; del saber que le has robado otro momento de su vida.
Ese latido que se te escapa y la sensación de encontrarte en el lugar correcto al deslizarse sus dedos con delicadeza por tu pelo abriendo surcos, creyéndose capaces de poner orden a tus rizos.
Te prometes que hoy será la última vez que te dejes mimar por alguien que nunca supo querer.